miércoles, 25 de junio de 2008

Poemas de SIN EL AZUL DEL DÍA


"Fémina", Claudia R. Niño - Técnica mixta

(Algunos poemas del Libro...)

Para claudia r. niño

UNA PROMESA
Y si por un río secreto
navegan desnudos los muertos
y un barquero ciego los guía
y, como corresponde,
se queda con el cobre prensado
que los deudos ponen en los ojos
de aquellos navegantes. A ese río,
y a ese barquero
habré de enviar
el agua taciturna que amanece
en mi rostro –la carroña–
el canto maldito que insiste
y, si es necesario,
me abriré una ventana en el pecho
para que salga
lo que de sombra quede
lo que te dañe
lo que no te guste
la piel usada,
el corazón y la palabra herida
habré de condenar
al fúnebre destierro
con una bolsa de monedas
de oro puro que gratifique
el triste adiós
que desteje ese río
y la incesante noche del ciego.




CLASE DE ARTE
Wassily deambula por una Ciudad árabe
con un turbante púrpura va, y en su mochila lleva tubos ocre
que retienen la piel de una tunecina.


El cielo negro se tiende sobre la torre, el faro, y los ojos de Wassily:


La torre se erige (aclara su ascendencia babélica) y se pierde
más arriba de la nube que la ronda como una oveja.


El faro ignora a su sombra que se pliega en los techos.


Y los ojos de Wassily son una línea, un rayo blanco, una yegua
que gime entre conos, círculos, dameros...


Wassily salta de tus labios y sale por la ventana,
cae,
se sienta en una silla (el ceño fruncido) y se pone a dibujar la
Plaza de San Francisco en una libreta roja.


Wassily está triste porque yo no he visto su Ciudad árabe
la fuente en donde se presiente un jardín
el embozado que trama un crimen
el coche con los ojos de la favorita del Sultán
el oro del comerciante del zoco
y la sombra del profeta... Wassily sabe que
sólo he visto tus labios de muñequita que sabe de Wassily.




LA CIUDAD

Un Amor desesperado y un lindo 
Crimen lloriquean en el barro de la calle.  
Arthur Rimbaud

Hay más frío en mi habitación
que en los ojos de quienes aguardan en los umbrales.
Sé que el lecho conserva otra memoria.
Sé que hace años, en esta calle, a esta hora alguien
tocaba una dulzaina.
Sé que tu piel es un privilegio


¿Te has ido? Sin ti no hay alegría.


El parque del barrio mintió tu perfume
en la tarde hizo algarabía y se
hincó
para que los niños subieran en su espalda,
pero el agua de la fuente no reflejó tu rostro.


La ciudad sabe que no estas…


Las calles hacen sonar sus espuelas: su resonancia
marca la extensión del océano
y me mide,
juego a que no escucho, a que no la veo
(pero tú sabes que no juego)
y me mide.


Las palomas durante todo el día y
durante toda la noche
comen y defecan
y duermen
y sueñan que
comen y defecan
durante todo el día y
durante toda la noche las palomas
en la cúpula de la Catedral y
en los aleros y
en los tejados de las casas del centro.
Hay uno que odia las palomas
y las enamora con papeles trenzados.
Hay un tren que pasa seis veces en la noche,
y que tú conoces.
Sé que el olor del fuego te desvela
el comercio íntimo del acero sobre el acero.
(Los rieles son un anillo que luce –asediada por un puñal
de huellas y de frío–
la vanidosa de epidermis asfáltica).
Sé que preferirías que el anillo fuera de plata.


¿Qué has ido a buscar? La ciudad es una niña procaz…


Hay una calle habitada por una hiena
que luce una estopa en la cabeza (en la quijada)
y se empeña en atormentar a las esquinas
con su tufo.
Hay una sirena que agoniza
en el lavamanos de un cuarto de hotel,
y canta una vieja tonada
que repite una promesa fundida en cinco hilos de
oro pútrido
que tus labios recuerdan.
Hay un bar que naufraga cada quince años
y una quinceañera
que permanece en la barra
y hombres de varias generaciones la aman
y no se molestan por el abanico en su rostro
ni por su anodino aire de geisha.
¿Qué se puede esperar de una ciudad
que permite el naufragio de sus bares?


¿Te has ido? Sin ti la ciudad no existe.


Había una Casa de Placer regentada por una muñequita
de cartón piedra,
y un farol de cristal holandés
y un nombre de siete cifras
olvidado bajo el calicanto.
Había una monja que delineaba laberintos
de brusca sangre en su espalda,
con un duende prendido a su ombligo
y un confesor.
Había una viuda con las piernas y
los senos intactos
como caballitos de mar
como siemprevivas
como escaleras tendidas a un cielorraso
que linda con las estrellas.
¿A dónde ha ido la ciudad,
y la Casa de Placer
que olvidó el patio sombrío en el
que una doncella duerme arrullada por los insectos,
y la monja
que gime esclavizada por un cirio,
y la viuda
que cada mañana recoge los cubitos de hielo
que brotan de su colchón? ¿A dónde?


¿Regresarás? A pesar de la bruma.
A pesar de que no llueve.
A pesar de que no hay luna,
por la rosa triste que mi mano ha escrito,
y por mi mano… ¿Vendrás?
La pérfida nieve se tragó mi habitación.
La ciudad se recoge, asustada,
huye de los diamantes crucificados en los ojos del poeta.




TRAVESÍA
Para tu frente amplia
he trazado en la tiniebla una línea, un beso, luz
del amor joven.
Y mientras mi anhelo viaja
a tus muslos
los marca el deseo
los llama exaltado un duende
los fisura
una voz que regresa del sueño.


Para tu espalda insaciable
he viajado por la noche inmóvil, faro, alcázar
que custodian tus senos.
Y mientras tu cuerpo (mar
desbordado en mis manos) se abre,
a tus labios
los recorre el frenesí
los cerca excitada una tempestad
los ahoga –de piel–
el elixir de la felicidad a secas.




OCTAEDRO
I.
Quisiera hallarle utilidad,
un destino, a mi mano sin ti.


II.
Y el amor que se hunde, se asfixia, se muere
en el gélido mar de la ausencia, su cadáver...
¿Sirve para alimentar a los peces?


III.
La música va por la habitación, se desliza,
a palos de ciego te busca y regresa,
triste, sola, la música...


IV.
Voluptuosa, abierta a la piel que acecha,
ebria, con una luna nueva en el pecho,
bella e inútil esta noche en la que no estás.


V.
¿Qué caminos has ido a recorrer
de los trazados en las líneas de tu mano?


VI.
Quizá otro deambule por el macramé pétreo de la casa,
y tropiece, sin hilo, sin brújula,
sin atreverse a consultar el mapa del cielo.
Quizá también huya del espejo y se crea, como yo,
único dueño de tu laberinto.


VII.
Y si una tarde en un cruce de caminos, en una calle alguien te roza.
Y si ese roce casual te detiene,
si te miran y miras, si naufragas en esa mirada...
¿A dónde mi ruta?


VIII.
No interesa ya, la extensión del paraíso.




REINO DE ESTE MUNDO
Alguien dijo que en Stuttgart
vive una princesa
y pienso que Stuttgart
debe ser una ciudad bonita
en donde seguramente habrá un río
y un bosque
y adolescentes que tomados de la mano
se dejan tentar
por el agua que baja cantando
y aviones de papel aluminio
que cruzan el cielo
y dejan una estela de humo blanco
y una música que viene
no se sabe de dónde
y que conoce el camino del río.


Y quizá en Stuttgart no haya río
y los adolescentes que allí viven
amen la ceniza
y los aviones que crucen su cielo
sólo sean el transporte
de la muerte que vuela
y su música un réquiem.


Pero si en Stuttgart
vive una princesa
(eso dijo alguien)
esa ciudad tiene que ser bonita
como ésta
en la que el día declina
en donde vive mi princesa
y su paraíso.




INSOMNIO
...amor al fin sin alba.
Federico García Lorca

Sobre la cúpula de la Catedral
y los edificios
y los techos bajos
de una ciudad deshabitada,
cae la lluvia:
rendida a la noche baja
se desliza,
dentro de mi cabeza
se mezcla con tu nombre.
Y lluvia y nombre
son una sola melodía
que de mi pecho brota, sube,
rumor de agua
sobre los techos bajos
y los edificios
y la cúpula de la Catedral
de esta ciudad deshabitada
en donde la lluvia cae,
durante toda la noche...




POEMA DEL AMOR NOSTÁLGICO
Amor, el más sabio de los dioses...
Marguerite Yourcenar

Una flor negra brotó del centro de mi mano:
un rostro vegetal de inusitada belleza
un bejuco
una espina sonriente
negó la luz que se resistía en mis ojos.
Y fui esclavo de su perfección que toca lo divino.
Manchado de sombra me hinqué.
Sin ojos,
sin llanto me hinqué
y puso en mis labios su elixir. Minúsculo roce
que prodiga dulce locura: el Amor.
¡Ah!, si, el Amor que viene de lo oscuro, el definitivo.
Y quizá sólo sea extravío. Digo, esta forma de decir lo bello
quizá no sea, pero es mi nostálgico camino el que se arrastra
en estas palabras.
Sólo quiero decir que te amo
que tengo miedo y
que estoy triste.
Sólo quiero verte desnuda: sin espinas.




TRÍPTICO
I.
Un hombre viejo
compra bosques de acacias de Egipto en semilla,
y habla del canto
de los que sobre aquellas ramas irán a cantar,
y hace cábalas sobre las iniciales
que atrapadas por un corazón
y atravesadas por una flecha triste
vivirán el ocaso de aquellos árboles.
Y sus ojos brillan,
como si la muerte no los rondara.


II.
Otra vez amanece: en el vidrio de mi ventana
la mosca del alba se estrella,
una inquietud
un cansancio remoto
una palabra que antes de ser pronunciada es melancolía.
Y en el horizonte,
con frutos como espadas, arde una arboleda.


III.
La caricia va de los ojos a la
mano
y se detiene, ciega, como tu piel
bajo el vestido negro
y pone una lápida
sobre la canasta de pan rebosante en la mesa.
Y la ventana sufre, sufre
aturdida por la selva de acacias.




PESADILLA
Quizá antes del alba
tropieces con tu límite
y tus ojos,
náufragos de luz,
abandonen al medroso
animal nocturno
mientras inocente de ti
al otro extremo de la sombra
el mar se rompe.


Quizá
antes que tu cabellera
se precipite
te hagas inalcanzable
para la noche,
y mi mano abierta
se resigne
a la bruma salada
que no sabe de tu nombre.




CANTO DEL DESTERRADO
A Giovanni Quessep


El crepúsculo herido sobre el asfalto.
La noche sometida a la desolación de las horas.
La cabeza del guillotinado
sonriente en una estaca.
Y mis pasos perdidos en el dédalo de la melancolía.


Espérame desnuda
Entre los alacranes,
escribió el asesino de Merlín: única huella
en el camino hacia el huerto.
Ensalmo,
conjuro
que me conduce a tu nombre
Espérame desnuda
Entre los alacranes,
para que el ángel retire su espada
y esta vez,
el amor y la vida sean para siempre.




APOSTILLA CREPUSCULAR
Con un libro de Georg Trakl en mis manos,
te recuerdo.
Y cada página me enfrenta
a este día plomizo en el que no estás:
Sé que anidan estrellas en las cejas del fatigado
y que la luna camina sobre el cristal del estanque
pero mi lengua es un pisapapeles de azófar
negado para el canto.
Sin ti las escaleras de la casa no tienen corazón,
el lecho es un musgo triste
y las ventanas una trampa dentada.
La purulencia anida en la matriz de la pecera
y el octogenario carpín dorado se ha ido a nadar
en los aljibes del cielo.
Sé que un azul vivo nace del paisaje marchito
y que surgen ángeles de los azules ojos de los amantes
que sufren dulcemente…
pero mis labios son un velero náufrago
que huye del crepúsculo.




SIN EL AZUL DEL DÍA
De nosotros, la resaca habrá dejado
nada más que un poco de sal. 
Claude Michel Cluny

Sólo el silencio.
Tu voz en el umbral de la noche.
La lluvia habitando la memoria.
Una calle larga
–solitaria–
atravesada por rumores.


Sólo el silencio.
El cristal herido por las palabras
–el frío–
Una piel tendida al filo del horizonte.
Agonía que no es lamento.
Fuego abandonado al lado de tu nombre.


Sólo el silencio.
–la sal–
Mi mano rota sobre esta página
que ya no me reconoce.




RÉQUIEM
In my begining is my end.
T.S. Eliot

a mi Madre

I.
Ella nació en diciembre, como tú.
Tenía los labios finos,
el cabello arisco
irisadas las uñas, tristes,
y unos ojos que se atrevían
a contender con la noche.


No conoció el mar, pero soñó con arrecifes
con una ciudad submarina
de donde le llegaban cartas
y fuegos artificiales.
No supo de ti, pero te hubiera amado.


Yo nací de su ombligo sin usura,
como los geranios
o las begonias de sus manos
o la tormenta de su cabellera
o su anticipado cansancio.


II.
Quizá tuvo miedo (se lo diría
a su almohada) de sí misma, y de los otros
y de un aséptico juego de cubiertos
que desde un armario la recrimina, todavía.


Quizá en alguna tarde de calor
intentó el ocio (que el mundo
caminara solo) mientras atendía
al pícaro dragón
que bajo la piel le molestaba.


Quizá se procuró salidas
y puestas de sol (tenía algo de bestial
y de miel en sus pezones)
porque como tú,
estaba hecha de fuego.


III.
Ella murió en junio.
Sus pasos se repiten, huecos,
en el patio de una casa
que no fue suya (no fue nuestra)
y donde mi corazón la espera.


De la ceniza de sus manos
renacen las flores que amó
(como a su hombre)
con un amor insensato.


En la plaza, un ocobo
recuerda su sombra
y la confunde
con la de una mulata
que, como ella,
fue princesa y
fue olvido, y viceversa.




SAUDADE
¿A qué me abro?, a ese aire imposible
en que te has convertido. 
Carlos Drummond de Andrade
I.
Todavía la luz humilla.
El pánico aguarda bajo las
palabras.


Sí, tu ausencia es una catástrofe.


Hago parte de los vencidos, de los
olvidados.
Y todavía mis ojos, audaces,
mimosos
como una mujer recién satisfecha,
traicionan al penitente de
la Catedral.


II.
A mi pesar
habito una casa ocupada por hormigas.
Esos insectos jamás están solos,
jamás sin camino,
jamás sin una ración sobre su lomo.


Y quizá todavía la palabra me salve:
pronuncia mi nombre en la noche
¡pronúncialo!
y la efigie traslúcida del ahorcado
será una lámpara.


Derechos reservados
© Carlos Castillo Quintero